31.5.10

SINSENTIDO

I
Tengo los sentidos hechos un desastre. A veces salgo a la ciudad y cuando quiero algo, el color de un amanecer, la rasgadura de la atmósfera solitaria de la ruta a casa, la tierna humedad que une los labios, un espesor de hojas secas, el viento cuesta abajo en los nudillos, cualquier cosa, me doy cuenta de que me los he dejado olvidados en cualquier parte. Trato de hacer memoria pero todo esfuerzo resulta inútil. Reviso mi mochila una y otra vez, con el afán de rescatar aunque más no sea la vista o el tacto. Nada. Soy muy descuidado. Cuando me baño me dejo alguno en la toalla, otro en el jardín de una vecina, otro en la voz de una amiga, otro apoyado en un poste de luz, otro en el ambiente de una cocina. Luego me cuesta levantarme por las mañanas y me pierdo de muchas historias que andan por ahí, errantes y con aspecto de perros botados a su suerte. Alguien descubrió por mí que estoy derramado en una existencia de fantasma y por eso no me queda otra cosa que la memoria de lo sentido. Dicho en otros términos, alguien de pronto comenzó a olvidarme, a olvidarse en mí, a tocar la distancia, a impedirse el encuentro. Creo, con mucha razón, que soy una sustancia envolvente que me aísla del amanecer.

II
Se me ponen los pelos de punta. El aire es diáfano y los párpados parecen tajitos que murmuran al amanecer. Cuando podés ponerte de pie y mantener el equilibrio, estás solo con el tiempo enfrente, abriéndose para vos y abriéndose paso adentro tuyo. Comenzás a consumir el aire, el primero desde que estás consciente. Te toca creer en todo lo que te rodea, que no te lo cambiaron durante la noche. Hubo sueño, es cierto, soñé una explosión atómica cerca de la Chacharita. Crees volver del sueño, volver en vos, como si fuera posible ocupar después de tamaño viaje el cuerpo, el mismo cuerpo, ser los mismos ojos llenando el espejo del baño. Tocás tu cara. Tus manos son el molde experimental de un nuevo día. Hay más pelitos. Parecen musgos. Entendés, la vida siguió su curso mientras no estabas. También las uñas son más largas y más blancas. Esa evidencia te hace creer que estás ahora más cerca de las cosas. Claro, el mundo está poblado de cosas sólidas y crees que las estás tocando. Un chispazo de sinrazón te anuncia que no es posible reconciliarse con el mundo. Ahí, ahí adentro de tus pupilas el universo pierde consistencia. Te devora la certeza de que no tocaste de verdad nada, de que siempre opusieron resistencia. Siempre fueron fugitivas y ahora ves lo solo que estás. Y la soledad es no poder creer. Es no poder tocar.

26.5.10

VIDRIERAS

No tengo con qué pagar. Lo sé, no sé cómo, lo sé de primera mano. Nunca tengo plata. Estoy solo, me han dejado solo. Miro hacia la ventana, fingiendo una calma que de repente me ha abandonado. Por dentro enumero las veces que fui al baño, los tragos consumidos, las horas que llevo allí. Está por amanecer. Me habré dormido. Miro el aire al otro lado de la mesa. Intento descifrar las huellas de una presencia. Acaso un amigo, un compañero ocasional de borrachera. Miro al mozo, pidiendo auxilio. Es todo cuanto puedo hacer. De repente llega una mujer. Ocupa la silla antes vacía. Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Pregunta si pasa algo. Contesto que no. El mozo pregunta si queremos algo más. Contesto que no. La miro a ella. Quiere una cerveza. No la recuerdo. Ella en cambio se muestra muy amable conmigo. Permanezco en silencio. Descubro que mi postura es la de alguien a punto de levantarse e irse. Es decir, de alguien preparado desde hace mucho para irse. Ella se da cuenta. Me dice que a dónde pensaba ir sin ella. Le digo que a ninguna parte, que estoy confundido. Bueno, si querés irte, no hay problema, dice. La miro de cerca. En verdad no la reconozco. Mejor dicho, puedo jurar que no la conozco en absoluto. En cambio ella actúa de lo más natural. Cuando el mozo trae la cerveza, ella me sirve un vaso y siento la obligación de quedarme. Pienso que soy un borracho cualquiera. Entonces me relajo y comenzamos a charlar. En un momento, ella me llama con un nombre que nunca escuché. La corrijo y esto la perturba. Se retrae. Me mira de cerca. Se levanta y trae la silla hasta mí. Me mira. Respira en mi cara. Entrecierra los ojos. Hace un esfuerzo. Dice, pero te parecés un montón, sos igual. Le digo mi nombre. Me parece ridículo decir mi nombre verdadero pero lo hago. Se ríe, con las manos sobre el estómago. Me dice que ese es otro. Ella también lo conoce, lo cual me desconcierta. Entonces hablamos de él hasta que amanece. Para cuando ha amanecido por completo, hasta yo siento que lo conozco, que me conozco mejor. Por fin nos vamos juntos, en el bolsillo de atrás hay un bulto que me parece extraño, es una billetera. Pago. En las calles ella me abraza. Hago lo mismo. Al verme reflejado en las vidrieras descubro que no soy quien digo ser.

13.5.10

CONTRA EL HABLAR POR HABLAR

“Ella dice: esta conversación no está sucediendo,
es tu soledad y una alucinación de tu cabeza,
yo nunca existí, más que como un oasis
que está avisando que es un oasis y que
cuando abras los ojos va a desaparecer.”

“Pese a todas sus gestas, sólo el poder puede cometer la injusticia,
porque injusto es sólo el veredicto al que se da cumplimiento
y no el discurso del defensor que no se traduce en hechos.
Sólo cuando tal discurso tiende también a la opresión
y defiende al poder en lugar de a la impotencia, participa de
la injusticia universal.”

Adorno y Horkheimer, Dialéctica del Iluminismo, p. 259.

Reverso de la enredadera, hablar sin ningún fin acarrea el peligro de que se use para cualquier fin. Lo usa con astucia el embaucador para confundir y el poderoso cuando, atento a las necesidades de los oprimidos, se explaya de manera tan farragosa para ocultar su verdadero mensaje: todo se quedará como está. Las palabras obedecen a una razón unilateral diseñada para la seducción y no para la búsqueda de sentidos y la comprensión del otro. La falsificación del vínculo entre los interlocutores se tiene como cosa corriente: se les hace creer en la igualdad de condiciones y que existe un reconocimiento desprejuiciado de la alteridad del otro. En realidad es sustituible, apenas un turno entre muchos. El otro no es acompañado, muy por el contrario las palabras crean la atmósfera de un azar inconducente y controlado: a la larga terminará creyendo que el movimiento es su situación de estancamiento. El azar controlado significa que jamás se lo explora como posibilidad de transformación: sirve para marcar que nunca hubo progresión, regresión o movimiento alguno: se está en el punto de partida sin partir. En este sentido la incertidumbre entra a jugar como un factor más de la defraudación y la estafa: es posible que estemos hablando de algo pero no debemos preocuparnos por eso ahora, dejemos para más tarde las cuestiones realmente importantes.
La libertad para quienes hablan por hablar se reduce a la idea de que el otro no debe avanzar demasiado sobre lo que ordena su mundo. La palabra compartir en realidad oculta esta otra: competir. Se hace creer que hay escucha pero en realidad hay necesidad de demostrar cómo son las cosas: nunca deben cambiarse. Porque si escuchar significa contaminarse con la alteridad del otro, la relación entonces será, antes que auténtica, de índole sanitaria: responde a la buena conciencia burguesa de atender a la existencia del otro en tanto lo otro representa un objeto digno de curiosidad: sirve para entretener. El otro se vuelve mercancía y la palabra un sistema alucinatorio donde los sentidos se falsifican, no son cuestionados a menos que cuestionen el orden del mundo, al que deben acomodarse a riesgo de padecer una sanción.
La palabra así presentada concuerda con las asimetrías sociales: alguien da la palabra, no “su” palabra, solo en cuanto esto representa prestar el turno, pero lo reclama e impone su superioridad social como parámetro de autoridad: es quien decide sobre el significado correcto de las palabras, quien dice qué tema tratar, quien adecua el tono de la conversación, quien conduce hacia vías morales el contenido y la forma del otro de expresarse. La palabra del embaucador es la medida de lo correcto. [“Al defenderse, el débil comete un error, ‘aquel de salir de su carácter de débil, que la naturaleza le ha inculcado; la naturaleza lo creó para que fuese pobre y esclavo, él no quiere someterse y este es su error’ (Sade)”, citado por Adorno y Horkheimer en Dialéctica del Iluminismo, página 123]. 
Así las cosas, todo resulta una conversación inútil, porque no modifica a los interlocutores, porque no los libera ni los ayuda a pensar la transformación, porque toda la experiencia queda reducida al mero intercambio de mercancía verbal, es decir que, en cuanto deja de entretener, se acaba. Está claro que quien posee los medios para ello, puede comprar más entretenimiento que quienes no. Finalmente, no se trata más que de la violencia del poderoso disfrazada de experiencia ficticia: hablamos pero es como si no hubiéramos dicho nada y sin embargo cuanto gusto y provecho he sacado de vos. La máscara (o careta) ficcional encubre con cinismo que el juego de hablar por hablar, puro entretenimiento, en realidad es una manera de no ser responsable por el otro y es, también, el juego de quienes no saben amar.

6.5.10

¿QUÉ ES LA PASIÓN?

“MICHEL FOUCAULT: ¿Qué es la pasión? Es un estado, algo que nos ocurre, que se apropia de nosotros, que nos agarra de los hombros, que no tiene pausa ni origen. En realidad, no sabemos de dónde viene. La pasión llega así como así. Es un estado siempre móvil, pero que no tiene dirección. Hay momentos fuertes y momentos débiles, momentos que alcanzan la incandescencia. Flota. Balancea. Es una suerte de instante inestable que se prolonga por motivos oscuros, tal vez por inercia. Busca mantenerse y desaparecer. La pasión se atribuye todas las condiciones para continuar, y a la vez se destruye ella misma. En la pasión, uno no está ciego. Son situaciones en las que uno simplemente no es uno mismo. Ya no tiene sentido ser uno mismo. Las cosas se ven distintas."

“W. S.: El amor no es tan activo como la pasión.

M. F.: El estado de pasión es un estado mixto entre los distintos partenaires.

W. S.: El amor es un estado de gracia, de alejamiento. En una charla que tuve hace poco con Ingrid Caven, ella me decía que el amor era un sentimiento egoísta porque no convoca al partenaire, no es problema de él.

M. F.: Se puede amar perfectamente sin que ame el otro. Es una cuestión de soledad. Por ese motivo es que en el amor siempre sobran las demandas de uno hacia el otro. Este es su gran defecto, pedirle siempre algo al otro, mientras que el estado de pasión entre dos o tres personas permite una comunicación intensa.

W. S.: Lo cual significa que la pasión contiene, intrínseca, una gran fuerza comunicativa donde el amor es un estado aislado. Encuentro muy deprimente saber que el amor es una creación, una invención interior.

M. F.: El amor puede devenir pasión, es decir, ese estado del cual hemos hablado.

W. S.: Ese sufrimiento, por lo tanto.

M. F.: Ese estado de sufrimiento mutuo y recíproco es, verdaderamente, la comunicación.”

De bueyes perdidos y otras pasiones, diálogo entre Foucault y Werner Shroeter