18.4.11

EL INFIERNO MÁGICO BAILABLE

En la lluvia, la fallida luz, el chorro disperso de todo lo acuoso en más que ojos, pienso en vos. Imagino que llueve en todo el mundo porque aquí no ha parado de llover en lo que vamos del mes Aunque a veces creo que hay una nube pequeña encima de mi cabeza. Me sigue adonde voy. Jamás toma recreo. Ni siquiera descansa para rellenar sus vertederos. Llueve y aquí abajo el mundo es un país cercado. Una sensación de estado de sitio brinda palos a la caminata. Supe perderme en aguas como estas pero hoy que pienso en vos podríamos darle refugio a nuestras carnes masticadas por las horas. Ahí vas por la vereda de tu ciudad, a cuántos caminos de aquí, en busca de qué rostros parecidos. En plena esperanza, pienso en vos. Hace mucho que no te escribo y hoy lo hago movido por una casualidad: te vi cruzar por la vereda de enfrente. Yo estaba en un bar cerca del centro y cruzaste por la ventana. Llovía, claro, pero no parecía llegarte el agua, casi diría que levitabas sobre la costra de esta ciudad, como si de pronto se hubiese abierto un túnel transparente y pudiera verte caminar en dos ciudades al mismo tiempo: allá, donde acaso no llueve como aquí y el sol abre su cresta y el azul es macizo e invade y nutre los intersticios que van dejando los cuerpos en su andar sin reposo; aquí, donde de vez en cuando las nubes se mueven, dan paso a un girasol marchito y tan pronto como uno abre los brazos y exhala tanta humedad, llega la noche. La noche llega preñada de refugios insalubres, intemperie, fatiga, borracheras a contramano de las oficinas. Hay una tensión de perros basureros de la que se sale a mordiscones. La llegada de la noche es todo un espectáculo sin desperdicios: las luces de los autos estiran nuestras retinas transpiradas, los bondis cargan los últimos bultos, los crotos duermen, las gotas invaden los zapatos de las más precavidas almas que así, agotadas, se rinden a un porvenir oscuro. En la noche no hay burocracias para el amor. Cuando llega, la música comienza y nuestros oídos retuercen su caracol en el afán de capturar un silbido, el maullar de un gato, sirenas, rugido de barcos encallados, vasos contra rocas, latidos en persecución, trenes todavía, la piel cuando se vuelve yema. No escapamos de la noche. Cuando llega, ya estamos en su corazón y avanzamos bailando, como decir: nos arrastra un pescador trasnochado con anzuelos fluorescentes.

11.4.11

OTRO OLOR

Entonces, en medio del colectivo, me mira y me dice que no sabe si no se quiere parecer al otro porque es oloroso o si es oloroso porque es otro.

ILUMINACIÓN

De pronto ha entrado el sol, al mismo tiempo un chispazo rojo, rojísimo, ha penetrado mi cerebro, agujereándolo. Creo haber capturado algo, me parece que lo tengo, quizás no necesito nada más, aunque ya no me sirva.