29.5.11

EN EL OCASO DE LA LETRA: ¿ESCRITURA REGIONAL?

NOTAS PARA OTRO TIEMPO

Comentario recibido ayer : “Hola: muy polémico, como siempre. Creo que con este tema de los agravios se trasladó al stand de la feria de bs as una réplica chiquita del ambiente literario salteño: el que es y no es, el que quiere ser, el que tiene obra y no le dan bola, el que tiene respaldo político y se cree impune.
Coincido con vos en un punto importante: ¿porque si hay tantos escritores nadie se ocupa de ellos?
En Salta, tanto desde el poder político como desde sectores académicos, hay una cierta subestimación hacia el escritor salteño. Es difícil para el escritor salteño publicar y difundir la obra, es difícil ser escritor en estos tiempos, es más difícil ser salteño.
Por otro lado creo que sería un debate interesante preguntar qué es un escritor o quien es un escritor: el que publicó más que los otros, el que viajo a mas ferias de libros o el que demuestra calidad en su obra.
Lo que sí he notado es que Cáseres no solo escribe mal, sino que además padece de un resentimiento sin cura, pero graciosamente consigue dinero para la publicación de sus libros por parte del estado.
De Ahuerma puedo decir que leí algunos libros suyos y me parecieron buenos y que se paga sus libros de su propio bolsillo.
De A.M. solo sé que gano un par de premios provinciales y que tiene bastante producción. [N.de J.P.: se puede leer en línea La guerra de los descalzos. El hecho de publicar en este soporte nos habla, a primera vista, de diferencias notables respecto de otros escritores de su edad y de ésta provincia].
Lo que podría hacer Cáseres es dejarse de joder y "permitir" a los demás escribir lo que quieran, tal cual lo hace él.
Manuel”

Ahora : un posible camino - plagado de desvíos- para una conversación infinita:

La hipótesis de la subestimación no la comparto del todo, creo que hay cierta actitud entre quienes se autodenominan escritores que fuerza un aislamiento real respecto de los medios de comunicación ( como la radio o los periódicos de tirada importante, amén de que el suplemento “cultural” del Tribuno excluye explícitamente la literatura local y le da en cambio mucho espacio a los espectáculos) y de medios no convencionales de difusión como internet. Pregunto: ¿qué tienen para decir los escritores salteños? Pero por otro lado me resulta inaceptable que nadie comente el libro nuevo de tal o rescate un libro del olvido, esos gestos muestran decisiones estéticas o políticas que no existen acá. Sospecho que los escritores salteños no suelen leerse entre ellos y eso anula el poder transformador de la literatura (un caso que me parece excepcional es el de Alejandro Morandini, quien ha publicado una nota sobre Mercedes Saravia y sobre todo ha difundido Notas del carnicero, que dice mucho sobre la escritura "local" -¿?- actual, y desde luego Daniel Medina, quien ha reflexionado despiadamente acerca de la "salteñidad" que nos aqueja). Así es fácil ser escritor, pero muy difícil pensar en los posibles sentidos que eso encarna, como por ejemplo si uno en Salta puede vislumbrar una escritura que no comulgue con el poder (pensemos el caso de Luis Andolfi, artillero de la derecha, por ejemplo). En esta dirección me parece que no hacen mucho por activar las potencialidades revoltosas de la letra y en cambio los fascina un fetichismo del libro impreso. Luego, hay otro sentido en el verbo ‘ocupar’ que hemos dejado pasar de largo pero que me han hecho notar muy certeramente hace unos días: la del cuidado, me refiero a los cuerpos de los escritores vivos y su dignidad, pienso en Carlos Hugo Aparicio y Jacobo Regen, por ejemplo, y hay sí estoy de acuerdo en que no se los considera demasiado ni desde el poder político ni desde la comunidad de escritores del medio. Tampoco elegiría hacer caridad ni asistencialismo pero tampoco el papelón que hizo Romina Chávez Díaz hace unos años cuando se puso en el papel de señalar con el dedo el "abandono" de Jacobo en el hospital San Bernardo y escribió una crónica sin rigor disfrazada de periodismo cultural (casi anunciaba la muerte del poeta con un morbo escandaloso). En fin, volviendo a lo anterior, lo que digo es que la nuestra es una época muy distinta a la de hace 20 o 30 años, ya no te descubren las editoriales sino que vos tenés que llevar tu obra como se lleva la ropa. Acá nomás cerca, en Jujuy, unos amigos me decían que la de Salta parecía una literatura fuera de época y en consecuencia ilegible y por lo demás aislada del resto del país, como si sus "escritores" ignoraran lo que sucede en otras provincias, como Córdoba, en donde los narradores y las narradoras han desplegado un movimiento heterogéneo muchas veces por fuera de las editoriales establecidas, con emprendimientos propios y eventos feriales como Libros son, ni qué decir de baires, donde la F.L.I.A. moviliza muchas de las producciones independientes. Como sea, persiste la sospecha, que habría que confirmar o poner en discusión, de que muchos están guiados por un sentido anacrónico de la literatura. Simondon, Virno, Ludmer, muchos críticos y filósofos, consideran que asistimos a la emergencia de una sociedad posliteraria, en donde ese tipo de discursos, tal y como eran concebidos en la modernidad, resultan obsoletos. ¿Cuál, entonces, es el análisis de nuestra literatura que podemos realizar a partir de estas ideas? Luego, ¿podemos llamar "nuestra" a esta "literatura"? En la polémica entre Ahuerma y Cáseres (Antes de proseguir, los de Salta 21 ¿no podían elegir una foto más favorable de Ahuerma?) resulta evidente que Cáseres adscribe a una práctica poco fértil por los métodos con que la lleva adelante: el anacronismo ostensible. Sin embargo el anacronismo, en otras circunstancias, ha permitido el desarrollo del proyecto literario de Borges, por ejemplo. Ahora bien, creo que por las siguientes cuestiones vale decir que es difícil ser escritor en Salta: el anacronismo ‘negativo’ –o negador, no encuentro ahora un término más apropiado, pero ahí es donde vienen ustedes a hablar-, la falta de vínculos con medios de comunicación –cuando menos un blog-, el ejercicio de una práctica situada y aislada de otras prácticas sociales, la ausencia pública de una reflexión meta literaria por parte de los propios escritores, la falta de tensiones-debates y disidencias explícitas al interior de la comunidad de escritores y la cortedad de vista respecto de procesos sociales e históricos globales que afectan a la práctica literaria misma y que nos atraviesan en nuestra vida cotidiana. En cambio no resulta plausible el argumento de la falta de dinero para pagarse una imprenta: yo he leído hojas fotocopiadas de manuscritos -hechos a mano, ¿se entiende?- (como YA ERA) o con impresoras caseras (como los libros de Equus Pauper) o que circulan por mensajes de texto (como sms entropia) y ello no les resta ni les aumenta valor estético pero sí transforma la práctica y la reflexión sobre ella. Tampoco es un buen argumento afirmar que las profesoras de letras no los lean: sí lo hacen, pero en el marco de discusiones teóricas y prácticas retóricas que no contemplan a un lector “común”, es decir que no podrían publicarse como una reseña ni les servirían para circular en el mercado, a lo sumo para continuar siendo leídos de manera especializada en congresos, lo cual no implica mala leche sino que así son las condiciones del discurso académico. Hoy en día creo que el escritor lleva adosadas tareas extras que prolongan el sustantivo: editor-distribuidor-crítico-"gestor cultural". Otra posibilidad es quedarse en casa, desde luego, porque nadie nos obliga a salir ni a escribir ni a publicar ni a tener la pretensión de llegar a alguien, lo cual también me parece saludable, no todos somos Shakespeare o Quevedo (como diría Juárez Aldazábal con mucha razón). Ahora, si vamos a salir de la casa y a arrogarnos el derecho de la palabra (lo que significa confiscar un derecho que los demás ciudadanos también tienen -lo que llamo fetichización de la palabra del escritor) entonces pensémoslo bien antes y seamos responsables, parte de esa responsabilidad pasa por disputar los sentidos políticos puestos en juego a la hora de ejercer "eso" que nos empeñamos en llamar literatura. No vamos a ponernos de acuerdo, para sortear la trampa del consenso, sino que vamos a luchar por el sentido del desacuerdo y el malentendido que generan las palabras a fin de poder vislumbrar nuevas y diversas posibilidades para aquello que todavía no existe para nosotros pero que siempre está por venir. Escritores, escriban, respondan, pidan la palabra para dársela al primero que pase, entréguenlas porque no nos pertenece. Lo único, lo primero, lo último que tenemos es un cuerpo falible con el que a veces nos llevamos bien y a veces mal pero que no sabe estarse en silencio y sin embargo no es el escritor quien necesita de esas palabras, alguien anda por ahí, a cuestas con su propia carne, y necesita una morada que alivie sus trabajos. Empecemos de nuevo, por la negatividad: un escritor no es un ciudadano con privilegios especiales, nada lo distingue a simple vista del resto salvo que a veces se hace el tonto y mira para otro lado. Es en lo que creo.

26.5.11

EN NOMBRE DE QUIÉN: EL REPRESENTANTE POLÉMICO

Portar la voz, la voz del otro, llevarla adherida al cuero lo mismo que la ropa, usarla como medio de transporte (para llegar a la Feria del Libro por ejemplo), hablar en cuenta de otro, como si el otro no tuviera voz, como si la voz del otro no tuviera nada que añadir, como si el otro estuviera afuera precisamente de esa voz que habla por él sin incluirlo.

Ignoro qué representa exactamente la USDE. Una cosa es segura: Cáseres tampoco representa a nadie. Me parece que ninguno de los dos polos opuestos se detiene a considerar que no se trata de una discusión literaria sino de una confrontación de egos sobrevaluados. Alias cara de caballo y La república cooperativa del Tucumán son dos novelas formidables de nuestras letras. Luego, ¿eso convierte a su autor en alguien impune? Lo dudo. Nadie está a salvo de recibir los dardos de un “cualquiera”. ¿Cáseres es un autor de prestigio? De ninguna manera. No porque sea portavoz del gobierno, sino porque su obra como historiador y, mucho más su obra poética, difícilmente pueda ser leída sin sentir cierta incomodidad. Pertenecen a un inexperto. Si algo puede decirse a su favor es que se trata de un sujeto que persiste a pesar del error. Sin embargo el problema afecta otros ámbitos y ahí sí que la situación se convierte en algo público: resulta que Cáseres interviene en representación de la cultura de una región, en nombre de sus escritores y, es probable, avalado por el gobierno de turno, para reprender y descalificar a quienes considera sus inferiores. No perdamos de vista que siempre se trata de la letra oficial (de nuevo, el día de Salta en la Feria del Libro dice representar a la cultura de una región, claro, desde el punto de vista del poder).

Veamos: ¿qué hacen Agüero Molina y Cáseres en un mismo panel? Utilizan la voz prestada por el Estado provincial para asumirse como signos de la cultura de Salta. ¿Cuál es el problema? Uno presenta su libro. El otro se presenta a sí mismo como lo mejor de la literatura. Quienes entienden el agravio se abroquelan en la USDE, siglas que se traducen como la Unión Salteña de Escritores. Los escritores unidos combaten al piantado. En ningún momento nadie se pregunta a quiénes representan los unidos pero es bueno estar unidos contra el intruso. El intruso, por su lado, cuenta con una trayectoria discutible dentro de las letras, cuestión que pone en duda la solidez de sus dichos contra Ahuerma, de grosso currículum. ¿Qué hacen los unidos? Repudian enérgicamente tal actitud malintencionada y remiten un comunicado a sus afiliados y a un medio de circulación virtual. ¿Cómo termina todo? En un entredicho que concluye sin mayores polémicas: algunos lectores de Salta 21 hacen comentarios que van del sarcasmo al resentimiento propio de un letrado. Conclusión: nadie tiene intenciones de continuar ningún debate. Por ejemplo: ¿por qué si en Salta hay tantos escritores, tantos libros publicados, nadie se ocupa de ellos?, luego, ¿cómo se define a un escritor, por su trayectoria, por su afiliación a algún grupo, por el reconocimiento de sus pares (muchos de ellos compañeros de filiación), por la calidad de su obra, por la calidad de sus juicios de valor, por su participación política en uno u otro sector? Si Cáseres está sentado un día frente a un micrófono en un evento de la “trascendencia” de la Feria del Libro, ¿esto no significa que alguien por lo menos está en desacuerdo con quienes sostienen que él no pertenece a la manada de los escritores de Salta? Por otro lado, ¿no es cierto que el día de Salta en la Feria suele ser un evento social que sirve de excusa para reunir a los salteños residentes en Buenos Aires (lo cual no está mal, pues muchos de ellos trabajan para la Cultura, vale decir que usan traje y corbata, son pulcros ciudadanos comedores de empanadas y bebedores de vino)? ¿Y acaso no es cierto que este evento está organizado por Cultura de la Provincia, que curiosamente depende de Turismo? Quizá la cuestión atraviesa la lucha de egos (que replica los encontronazos que a diario difunde el Bailando) y las deudas políticas para refrendar una moda que nunca pasa en nuestro campo cultural: escritor es quien asiste a eventos sociales como presentaciones y ferias, en primer lugar; escritor es quien presenta libros en estos eventos, en segundo lugar; escritor es quien se afilia a organizaciones de escritores, lo cual le reditúa beneficios como viajes a presentaciones y ferias, en tercer lugar.

Me ha tocado asistir en un par de ocasiones al día de Salta, en una se veneraba la figura de Dávalos y se leía el Tata Sarapura, ¿y para cuándo unas palabras para Sara San Martín o cómo olvidarse de Antonio Nella Castro o de Holver Martínez Borelli? No, no creo que sea el lugar apropiado para un papelón como el de Cáseres, ciertamente, sin embargo tampoco me parece que sea un lugar en donde se lucha por la cultura de nuestra tierra, como alguien dijo. Creo que los peores críticos de la literatura de Salta, en la actualidad, son los propios autodenominados escritores. Se ha mencionado mucho a Walter Adet, acaso con él ha desaparecido la figura de intelectual capaz de sopesar la escritura de los demás, de poner a circular el pensamiento sobre nuestras letras en los medios de comunicación y sin hablar de cuán feos de espíritu son los “creadores”. Realmente se echan en falta las certezas de un escritor capaz de hablar de la escritura de otro, tanto si está piantado como si está juntado con otros. Así no hay derecho al pataleo.




18.5.11

LA LENGUA

Mi preocupación primordial pasaba por descubrir cómo el malentendido hacía mover al mundo. Si yo tuviera que escribir sobre él, no sabría con cuáles palabras comenzar. Decidí que uno podía hablar en una lengua que desconocía pero en sus propios términos, de cualquier modo siempre uno anda persiguiendo el “en” de la lengua, de mi lengua. Lo mejor, pues, sería dedicarse libremente a la literatura, con la libertad de quien ha hecho de los libros una patria. Leer significa como vos lees en cualquier lugar del mundo, significa que la diferencia existe y lo hace bajo la forma del poder. Unos dominan a otros: producen y distribuyen sentidos en la población, lo que debés ser el día de hoy: correcto, incorrecto, bueno, malo, gordo, flaco, zurdo, fascista, morocho, Macri. Nadie se pondrá de acuerdo nunca, necesitamos luchar por el sentido de ese desacuerdo. Algo debía suceder: el tiempo pedía buscarse.

En mi caso sabía a quién quería buscar o, mejor dicho, a quien estaba por encontrar. Había que armar una lengua plebeya con lo que hubiera quedado después de las reformas, refacciones, curaciones, silencios, intensidades y desvíos. Había que crearla deseosa, absolutamente. Y móvil, casi mendicante, en plena faena indegentista: aquí, en la falta, en la resta, cabe tu lengua, lo que me quieras dejar de ella. El encuentro y la donación: hospitalidad babélica. Llamaba a todo esto interpretación aberrante. Es decir cómo íbamos a hablar del sentido, qué de él íbamos a sentir y, luego, si hablar abría el vínculo hacia algún tipo de libertad. No íbamos a hablar más que nuestra lengua. No íbamos a hablar siquiera una sola lengua, salvo la nuestra. Iríamos a hablar (¿adónde?, ¿para quién?) en nuestra lengua, montados en ella, en nombre de una lengua, la nuestra, nuestra única lengua, como si nos perteneciera. Hablaríamos de la lengua del otro, como si fuera nuestra lengua, siendo que nuestra significa de cada uno, de cada otro.