23.4.12

EL PAISAJE Y EL TERRITORIO


NEGRA, TURBIA, ENVOLVENTE: ATMÓSFERA NARRATIVA SALTEÑA ACTUAL
Juan Pas

“- Según usted, ¿por qué surge el conflicto en los suburbios?

- Porque no son un paisaje.”

Paul Virilio, El Cibermundo,la política de lo peor



1. LA ZONA. “Cuarto oscuro, Apaga la luz”, organizado por Fer Lunática y Andre Sbaraglia tuvo lugar en el Centro cultural Aristene Papi el sábado 14 de abril de 2012 a las 20 horas, es decir antes de que abrieran los bares y las peñas folclóricas de la zona de la Balcarce, y reunió en una hora de lectura las voces de representativos jóvenes narradores salteños.

 
2. EL CLIMA. Llegué. La gente esperaba afuera. Las puertas estaban cerradas. Adentro se oían ruidos, gritos, muebles en movimiento. Debíamos esperar. Demoraron. Algunos conversaban, otros fumaban, otros miraban sin animarse a pedir una seca, otros ya habían fumado y sonreían, otros únicamente fumaban tabaco, otros nunca habían fumado, otros fumarían si les ofrecieran pero no le agarrarían el hábito, otros ni siquiera pensaban que fumar fuera una posibilidad. En fin, la complejidad es tal que resulta imposible separar a las personas entre fumadores y no fumadores. Eso sí, muchos eran ex o actuales estudiantes de letras de la universidad nacional. También había quienes iban a buscar cervezas, otros a buscar un baño porque el centro cultural no cuenta con uno: la vía, un bar vacío, iluminado y sucio, todavía sin maquillaje, las sillas sobre las mesas, un montoncito de mugre cerca de la pala, junto a una escoba estacionada y una mujer que dice ‘es por ahí’. Parecía que iba a llover, era la frase que daba con los ánimos por el suelo. Aunque lloviera, mejor no hablar de ciertos temas. Por fin ingresamos. Había un sendero de velas encendidas que dirigían nuestros pasos en dirección a un túnel hecho con una tela negra. Pasamos por debajo. Recibimos la bienvenida de las anfitrionas. Nos transportamos a la oscuridad. Los espectadores comenzaron a ocupar su espacio en el piso, no había sillas, o las que había no tenían mucho sentido usarlas: el espacio lo hacen los deseos, el deseo de sentirse cómodo. En definitiva, podías elegir qué espectador ser: algunos decidieron recostarse, la mayoría se sentaron, orientados en diferentes direcciones, los menos permanecían de pie, apoyados contra las paredes o en las pocas sillas. De vez en cuando unas linternas diminutas daban luz, luego desaparecían, igual que en el teatro Provincial, aunque en este caso obedecía a la necesidad de crear una atmósfera y no era el recurso para buscar asientos . Alejandro Luna presentó sin muchos rodeos a los narradores y comenzó la lectura.

3. LA OSCURIDAD. Un grupo de actores (o de personas que cumplían ese rol) dio inicio a una sesión de teatro leído. Con la ayuda de las pequeñas linternas iban desarrollando un guión pensado para enmarcar los textos que cada autor iba a leer. A cada turno le correspondía un linternazo, luego la luz se extinguía. El guión ficcionalizaba un encuentro de lectores reunidos para comentar y compartir sus impresiones acerca de los cuentos. Algunos eran anodinos pero cómicos, como uno que dice “No se la pudo coger a la Ceci el boludo este”, respecto del cuento de Rodrigo España; otros, como el del cierre, producía estremecimiento: “¿Estamos existiendo ahora?”, pregunta uno de los actores en el clímax final, “Creo que sí, apagá la luz”, es la respuesta que obtiene. Cada vez que un autor iba a leer, todas las linternas dejaban de funcionar, menos, claro, la del lector, quien la mayoría de las veces estaba apostado en un sitio diferente de la sala al que ocupaba el grupo de actores. Luego supe que esto estaba previsto por el guión. A veces el ruido del tren de carga, que jamás terminaba de agarrar viaje, entorpecía la escucha o, desde otro punto de vista, obligaba a reforzar la atención en los oyentes. Un micrófono hubiera resuelto el problema, salvo que ya no hubiesen sido las emanaciones de los cuerpos lo que recibiríamos sino la mediación impuesta por la tecnología. La linterna ya era suficiente prótesis.

 
4. LA REVUELTA DE LOS ALDEANOS. Leyeron Rodrigo España, Alejandro Luna, Fer Lunática, María de los Ángeles Rojas y Daniel Medina. Cada uno aportaba una cuota de dramatismo al evento. Una voz, de pronto, se apropiaba de la escena negra, fluía como una serpiente que circulaba, envolvía, envenenaba, convocaba ciertos rituales en donde el cuerpo presente del narrador comparte el calor del cuerpo deseante del oyente: en la ausencia de luz construían una comunidad pasajera, cuyo estatuto era el secreto, su posesión, su distribución. Cada uno pasaba las hojas de su cuento como si fuera un buzo explorando el fondo marino, apenas ayudado por una linterna del tamaño de un dedo. Sumergido, sí, pero recubierto por una burbuja ciega que lo aproximaba a los demás, que aproximaba a los demás a una respiración común, a veces opresiva en la que muchas cosas que se contaban eran, como dice Salas de uno de sus personajes, raras, feas y sucias como ninguna.


5. LA VELOCIDAD DEL SONIDO. La primera envolvente: la tela negra por la que ingresamos. La oscuridad, la sala sin iluminación, apenas un sendero de ocho velas cuya luz moría a los pocos pasos. La oscuridad, los ojos cerrados, los oídos al descubierto, el impacto de la voz, la voz hecha un evento táctil, fluido, que se incorpora al organismo que lo recibe: tirado, la cabeza contra la pared, una viscosidad continua que va del ambiente al interior del cráneo, se cuela por la boca, la nariz, los oídos, se trastorna en aplausos, risas, sofocación, interjecciones, movimientos de cabeza que nadie ve. La oscuridad es la materia con la cual está hecha la piel, es decir el deseo, marca uno de los frentes del conocimiento: la atmósfera intencionalmente busca desvirtuar la visión y reconducir las sensaciones en dirección al oído, pero un oído que se comporta como si lo estuvieran tocando con la lengua. Especie de combate contra la velocidad de la luz propia de nuestra época, los artífices de esta lectura proveyeron a sus oyentes de las condiciones necesarias para recibir y demorarse en aquellas palabras. Las distracciones concurren pero no alcanzan a interceptar las voces que planean sobre humillaciones sexuales, fracasos amorosos, experiencias atroces y violentas que hablan de una ciudad mediana que podemos identificar con Salta, Tarija, Jujuy o Arequipa, hoy, es decir ciudades grandes pero no Grandes ciudades. Estas voces disuelven la calma aldeana al impugnar la prevalencia del paisaje (la relación estética que sujeta al individuo a un lugar) por sobre el territorio (la relación política que un individuo establece con los demás para producir un espacio social). No es un dato menor, no fuimos a un salón iluminado a presenciar rostros y poses, acudimos a participar de un turbio territorio que algunos empezaron a llamar nueva narrativa salteña (de todas maneras habría que buscarle otro nombre), en fin, una zona por venir plagada de cuerpos cuyo trance no necesita de la visibilidad, por el contrario elude esa ficción creada por el ojo, una ficción propia de nuestro tiempo y elaborada con el propósito de anular la existencia de lo invisible, y en cambio compromete e involucra (¿recupera?) los sentidos (olvidados) que nos dan existencia. La experiencia de habitar una ciudad mediana permite a los narradores desplegar en sus textos personajes cuyas vivencias colaboran en la producción de un espacio vivible: no solo están, generan estrategias de supervivencia que legitiman una “localidad” notoriamente anti arcaizante y describen trayectos y pasajes por zonas intencionalmente excluidas de los circuitos turísticos y las políticas sociales (como en el caso del periodista remisero que le enseña a un corresponsal del Página lo que es Salta en la actualidad y lo lleva a comprar merca al Bajo del cuento de Medina); de búsquedas de espacios de comunión e intercambios secretos con los otros, espacios donde lo social se nos representa como la superación del miedo a la proximidad y al contacto propias del discurso católico- oligárquico salteño (como sucede en los casos de Salas y Rojas); también hay una exploración de las subjetividades atravesadas por la incertidumbre, sujetos que no pueden hacer otra cosa que esperar a que suceda el mundo que jamás sucede y que en esta postergación hallan el sentido de su fracaso para vincularse con los otros (la imagen del fracaso amoroso y sexual en España y Luna explicita de alguna manera la soledad de los cuerpos urbanos que vagan en busca de aquellas zonas en donde no llega el poder – el río sin agua a la hora de la tarde fumando marihuana en España- , o bien el aplastamiento de toda posibilidad de emancipación – el heladero que vive con sus padres y miente acerca de sus perspectivas de futuro para evitar el ridículo en Luna). De todas maneras, una lectura atenta de estos cuentos nos daría quizá otros resultados, lo que aquí me interesa señalar es que el paisaje ha dejado de tener una presencia decisiva en el imaginario de estos narradores, con lo cual la contemplación deja paso al acontecimiento. El territorio es el ámbito donde el acontecimiento puede ser formulado en los términos de una narración, pero ¿cuál es el territorio?, ¿dónde queda? : queda aquí, en el cuerpo. El Tata Sarapura bajó del cerro y ahora vende ajos y mentisán en la vereda del Mercado San Miguel. La metáfora del cuarto oscuro no solo remite a la escritura como exploración íntima del lenguaje, además genera una política de la escritura: adentro y afuera pierden consistencia, lo importante es el desplazamiento por los lugares inestables de la ciudad, de alguna manera todos estamos adentro. Recuerdo a este respecto el discurso inaugural de la Expo libros Salta 2011 en el MAC cuando Mariano Ovejero, antes de asumir como Secretario de Cultura y Turismo, dijo, refiriéndose a la muestra de libros que YA ERA llevaba a cabo en la vereda del museo, que “los que están afuera, lo están porque quieren”. En realidad todos estamos adentro de la vida social, no porque participemos o no, sino en calidad de ciudadanos con pleno derecho a producir, hacer circular y consumir bienes culturales. Al mismo tiempo, las legitimidades proliferan: largos serían los tiempos si hubiera que esperar la autorización de un centro de autoridad. Por el contrario, los proyectos de auto gestión son los que emprenden las acciones más progresistas en la ciudad, los que movilizan más sentidos en relación a las prácticas artísticas, de manera tal que no hay un solo discurso sino que esas prácticas, por ejemplo escribir, exigen participar en la disputa por los sentidos. Con este panorama, una vez más el discurso político oficial (tanto el del Estado como el de los medios de comunicación hegemónicos) queda fuera de juego, su visión de la realidad es eso, una visión, el espectro de un cuerpo sin oídos. Términos como raíz, paisaje, tradición viva, folclore, no hacen más que encubrir la regresión social de los sujetos más vulnerables, pues son construidos, deliberadamente, para neutralizar prácticas ancestrales que sí tienen un sentido de resistencia: si se puede vender, entonces ya no es peligroso. Pero los pies andan, no dejan de andar y andar provoca encuentros: los cuentos de estos jóvenes narradores confrontan sin medias tintas aquél imaginario estático y las actividades que llevan a cabo, como Cuarto oscuro, como Belgrano 1517, proponen nuevos paradigmas para los usos, ocupaciones y propiedad de los espacios urbanos.

6. OÍDOS. El día de la presentación de estos narradores no era posible ver sus caras, no era necesario. Escribir no significa que te vean hacerlo. No son flashes fotográficos lo que debe buscar alguien, cualquiera, en la escritura, es un error pretender notoriedad a partir de la literatura así como lo es asumir que un escritor es el dueño de aquello que dice, como si tuviera algo que decir, como si nadie más que él, precisamente él, tuviera por destino decirlo, como si no existiera el lenguaje hasta su llegada al mundo, como si el mundo tuviera necesidad de sus palabras, como si sus palabras no fueran justamente aquellas que le han sido entregadas por su comunidad. Un escritor debe actuar de tal forma que termine por ser oído, por convertirse en oído, por oírse respirar mientras despliega su voz, debe aprender a descubrir en la proximidad de los demás la presencia de los otros, su necesaria compañía, y debe darse cuenta de que su voz, su pequeña voz, no es más que un evento, una forma secreta de coparticipar en la pasión por los sentidos que nos involucran como sociedad en el seno de una igualdad envolvente: la oscuridad, esa piel comunitaria en donde todos somos negros, o irse.

19.4.12

EL COLUMPIO



_ Ij ij ij ij ij. Es la risa al revés, hamacarse es la risa dada vuelta. Va y viene, sube, tironea. ¿Sabés que a vos te conozco de alguna otra parte? En serio te lo digo. Cuando reís, no sé, de alguna otra parte saco tu cara. Sos nuevo, ¿verdad? Digo, pareces nuevo, no en la escuela, en la vida, recién llegado al mundo, nuevo. Deberías enseñarme los dientes un poco, sino me da miedo ser mordida.

Nadine agitaba las piernas hacia adelante y hacia atrás, cada vez el impulso generaba la sensación de que le daría la vuelta completa al travesaño del columpio. Fausto la miraba con la boca abierta y en silencio. Guardó la respiración en un nido justo en mitad de la panza. Cosquillas, las había sentido antes, una vez cuando supo que caería del techo. Vértigo, ese era el nombre que le costaba encontrar para su panza, eso que se agigantaba ahora que él también se columpiaba, subía al cielo y luego el aire lo tironeaba contra el precipicio a sus espaldas.

Alrededor de ellos había una niebla sólida. Entrecerró los ojos por el esfuerzo de ver pero apenas podían adivinarse unas manchas móviles pocos metros más allá. En cambio la imagen de Nadine estaba recortada con un instrumento de precisión milimétrica. Un escalpelo, por ejemplo, el mismo que, en otra variante de sus funciones, rasgaba la piel de Fausto si al abrir los ojos, si al redondearlos a fin de atenuar el esfuerzo de no ver nada, conseguía ver la punta de sus pies y, partiendo de ellos, una boca inmensa, abierta, repleta de dientes afilados, brillosos de saliva, a punto de engullirlo. Fausto miró a Nadine para que ella le ayudara a corroborar esa inmensa boca, para que le dijera, al mismo tiempo, que no era posible. Pero Nadine dijo ij ij ij ij, es el ruido que hace la cadena al hamacarse, es el reverso de la risa y soltó sus brazos y saltó en dirección a la gran boca y se perdió en la niebla y la hamaca siguió yendo y viniendo, ij ij ij ij ij ij ij ij ij, riendo al revés. Fausto entendió que el nido de su panza era en verdad un anzuelo que él había tragado. La cadena se cortó. Fausto cerró los ojos con todas sus fuerzas, a fin de convertir su ceguera en la virtud de ser invisible, es decir invulnerable, a lo mejor si los abriera ahora mismo. La gran boca seguía allí. El aire cambió de espesor. Nada lo sostenía salvo el deseo de saber dónde estaría Nadine, quería encontrarla de nuevo, con el único propósito de compartir con ella el salto que acababa de dar.

9.4.12

MEJOR REIR

NOTITA: esta es una entrevista que me hizo kozarts cuando laburaba en el diario el intransgente.
Una breve autobiografía: nací en Salta Capital en mayo del 84 del siglo pasado. Casi siempre viví a 300 metros del acceso a mi propia ciudad, en una especie de limbo entre cerros que ha dejado de formar parte del mapa de Salta pero que tampoco alcanza para ser la localidad de Güemes. No hemos hecho por avanzar. Además de estudiante crónico de Letras de la UNSa, soy un desempleado donramonesco desde hace meses. Viví en otras ciudades, sin mucha fortuna. Me tuve que publicar mis propios libros. Ninguno rescatable. Hace mucho que no actualizo el blog elindiegente.blogspot.com, especie de bitácora de idioteces, como todo blog. Me gusta mucho andar en bici, andar, andar, eso debería ser suficiente en mi biografía. Y nadar.
¿Por qué escribís?
Escribo obsesionado con la oportunidad que brinda la escritura de convertirme en un espectro. También porque la literatura nos abre la posibilidad de hacer lugar allí donde uno no cabe.¿Cuándo empezaste a escribir? Comencé a escribir una autobiografía a los seis, siete, ocho años. Contenía demasiados detalles inventados. Era un cuaderno Rivadavia azul de 400 hojas y tapa de tela de araña que usé en primero y parte de segundo grado. Lo quemé a los nueve.
¿Qué autores despertaron esta vocación?
¿La de quemar libros?, Kafka, aunque fue una influencia profética, porque a esa edad todavía no lo había leído (y a esta tampoco). La de leer literatura, Borges, para qué vamos a mentir. La de escribir, Daniel Defoe.
¿Qué libros o autores te influenciaron?
Platero y yo seguro que no. Robinson Crusoe, Espectros de Marx, en los últimos tiempos Pedro Juan Gutiérrez, Dublineses, Raúl Dorra, Mario Bellatín, Mario Levrero (sobre todo el de la Trilogía involuntaria).
¿Hay algunos autores salteños o del noroeste argentino que te gusten? (por qué)
Me gustan mucho Néstor Groppa (difunto cordobes ajujeñado porque trama poemas repletos de detalles urbanos con una cadencia bucólica parecida a la de Juanele Ortiz –uno de mis poetas favoritos); Jacobo Regen, excepto cuando se vuelve elegíaco; Manuel J. Castilla (también debo decir que porque me recuerda a Juanele); Walter Adet (porque fue el primer salteño que leí – de hecho me hizo creer que todos los salteños escribían así de bien, nada más alejado de la realidad- y también porque me hizo conocer a César Vallejo); Jesús “el negro pelo” Ferreira (porque construye una ciudad llena de gente desbandada); Rodrigo España (porque es capaz de revelar una sensibilidad desopilante con la cual me identifico no solo como lector); Federico Leguizamón (quien, a diferencia de Meliza Ortiz, ha buscado cierta renovación aberrante de la literatura “joven” de nuestros pagos que no se identifica con estereotipos aburguesados y conformistas).
¿Hay algunos autores salteños o del noroeste argentino que te parezcan abiertamente malos? (por qué)
Eduardo Robino (porque escribe unas historias aburridísimas que casi siempre terminan en pseudo epifanías nada complicadas); Carlos Müller (porque escribe poemas “contestatarios” pero los publica en la Secretaría de Cultura); Santiago Sylvester (porque tiene un estilo demasiado árido o, como bien diría Salvador Marinaro, “cerebral”, como maquinarias sin lubricación del cual Reloj biológico es un ejemplo); Juan Manuel Díaz (porque se nota que no le interesa decir nada); después no sé puntualizar nombres pero hay muchos que me aburren a más no poder, no sé si por eso serán malos per se: Juan Víctor Soto, el último libro de Carlos H. Aparicio, Ácido de Acebo, la obra completa de Rubens Agüero. Creo que el peor delito de las letras salteñas es precisamente ser demasiado salteñas: solemnes, respetuosas del status quo.
¿Te llevó mucho tiempo escribir tu primer libro?
Me llevó un par de meses, era de poemas y jamás nadie lo leyó, se llamaba algo así como El fuego imperdonable (quizá un recuerdo de la autobiogrfía), tenía como 200 textos horripilantes apilados en el dorso de votos de López Murphy (mi viejo creía que ese esperpento podía ser presidente, yo nada que ver, solo recibí el papel como una oportunidad de escrachar mis palabras).
¿Alguna vez pensaste en no ser escritor? De no ser escritor qué te gustaría ser?
De hecho nunca pensé no ser escritor, en mi barrio decían que porque era muy vago. El problema es que no estoy seguro de si actualmente lo soy, pero si lo fuera y no quisiera entonces me gustaría ser aviador (pero no de los que fumigan campos ni de los que transportan pasajeros ni de los que van a la guerra sino de los que recorren distancias que desconocen) o nadador de crawl en aguas abiertas o indigente en Nueva York (como Néstor Sánchez, no el orejón de canal 11 sino el autor de Siberia Blues) o también me gustaría ser un tipo con una enfermedad rarísima cuyo apellido, igualmente rarísimo, sirva para nombrarla (para este caso me gustaría contar con un pequeño bonus: ser un astrofísico genial, tener fama, dinero y un cerebro privilegiado, ser puro cerebro además de padecer de un fanatismo asombroso por la masturbación y usar unos bigotes de actor porno de los 70).
¿Qué hace, en tu opinión, que una obra de ficción sea buena o funcione?
En la actualidad me gustan las historias contadas sin demasiada experimentación formal, en vez de esas en donde el lector debe descubrir a cada rato qué carajo quiso contar el narrador. Tampoco me gustan las moralejas explícitas, las bajadas de línea pseudo revolucionarias, las explicaciones metaficcionales como si uno fuera un tonto. Yo quiero que me cuenten una historia pero que me dejen tranquilo a la hora de hacer mis propias interpretaciones. También creo que los diálogos son una cuestión clave y que muchas veces no suenan verosímiles, eso me genera deseos de tirar el libro por la ventana y que se lo coma mi perro Tilingo.
Tu top ten de escritores.
Joyce, Kafka, Belén Franchese, Derrida, Sergio Bizzio, Walt Whitman, Foster Wallace, Federico Falco, Juanele Ortiz, Osvaldo Lamborghini, Roberto Gómez Bolaños.
ASÍ ESCRIBE
“Hay que ser inteligentes, dice papá: estudiar, recibirse, trabajar, usar condón. Un hilito de lechuga se atora en la garganta de Alba. El mundo está al borde del apocalipsis. Rueda por la mesa. Caerá. Nos haremos pedazos. La hermanita logra salvarlo con el tenedor y se lo traga de un saque. Nos revolvemos. Hasta que de una vez por todas acabamos acostumbrados a estar en los intestinos de alguien. Poco a poco nos convertimos en mierda.”