Uno de los tres gatitos
que tuvo la Tarita, la hembra, Gori (ya no sé si por Gorila, Gordita o por Goro
del Mortal kombat), se acerca al plato de leche y comienza a tomarla con furia.
Gira alrededor del plato y no permite que sus hermanos pequeños beban ni una
sola gota. Ella es la más grande de los tres y sospecho que adentro de la panza
también habrá hecho lo mismo o algo parecido porque su cabeza es enorme y su
cuerpo demasiado gordo e incontrolable para un bebé. En cambio sus dos hermanos
son raquíticos, con las cabezas de extraterrestres, ojos brillosos cubiertos de
lagañas y orejones. Gori se divierte a costa de ellos, es lo que más adora.
Recién cuando se ha
cansado de tomar, cede su lugar a Peter Czec. Le decimos así porque se parece
al arquero de Chelsea. Mi perro le partió la frente y mi sobrina le puso un
turbante de gasa. Peter acarrea su esqueleto con formidable astucia, parece
medio borracho, hace como si no le interesara en absoluto el plato, va en dirección
opuesta y cuando la Gori se ha ido unos cuantos pasos aprovecha y asalta la
leche. La Tarita permanece acostada, con las tetas colgando. Duerme.
El otro hermanito, el
más enclenque, tiene hambre desde antes de nacer, vive con hambre y es el que
más requiere la teta de su madre, aunque el que menos puede conseguirla. Mi
sobrina le puso de nombre Sirenita porque está convencida de que es una gatita.
En cambio nosotros sabemos que se llama Ratita y que es macho. Él no es astuto
ni gordo, como sus hermanos, ni hace cosas divertidas cuando hay gente. Él
corre pegado a las paredes, como si viviera asustado, y escoge lugares oscuros
detrás de los sillones o debajo de la heladera o de una cama. Allí permanece
oculto hasta que siente chillar sus tripas. Es cuando se muestra.
Por lo general sale
temblando. A mí me parece admirable, un tipo de asceta inmune a las caricias. Pero
también me parece terrible, un ex presidiario en su primer día de libertad, con
los ojos inyectados de ira y ansioso por reincidir ya mismo. Él no sale para
hacerse el distraído, sabe que si demora no habrá comida. Ratita enfila su cráneo
distorsionado directo a donde está el plato. Pero también sabe otras cosas, que
su comida disminuye con la presencia de Peter y que Peter está descuidado
alimentándose.
Lo miro bien y es como
si Ratita, producto de todo el tiempo que permaneció alejado de la luz, se
hubiera convertido efectivamente en ese animal. Sus patas, por ejemplo, tienen
esos dedos alargados y prensiles tan parecidos a los de un humano, terminados en
uñas puntiagudas. Me recuerda un poco al señor Burns. También por su hocico
estirado y sus bigotes de tres pelos. Ratita se acerca por detrás de Peter,
corre y le hunde la cara en la leche. Se oye un chillido raro, de muñeco
desinflándose. Peter huye y se entrevera con las tetas de su madre. Ratita toma
solo un poco, luego manotea el borde del plato y derrama todo el contenido en
el piso que se lo chupa de un sorbo.
A veces pienso que si no
fuera una Sirenita, pero no como la de Disney sino de esas que aparecen en la
Odisea, horrendas y engañosas, entonces Ratita sería un buitre o un coyote,
algo así, con garras y olor a podrido de tanto divertirse en la osamenta y
devorar carroña. Cuando Ratita vuelve a su escondite Gori lo persigue hasta
darle alcance. Lo tira de un manotazo y le muerde el cuello hasta hacerlo
gritar. Mi sobrina los separa pero ellos vuelven a correr lejos de ella y se
refugian detrás de un aparador. No se los ve. Guardan silencio. Al rato salen.
Gori va por un costado y Ratita por el otro, sigilosos, aprovechando que Peter
ahora está bien dormido.