9.1.13

HACEMOS LO POSIBLE PARA NO MORIR


HACEMOS LO POSIBLE PARA NO MORIR

Por Juan M. Díaz Pas

 

“ebriamente,

con rabia, con agonía.

erguido de energía,

sobre cualquier escenario, contrariando opresiones

  y decisiones o decretos”

J.R. V., Recital.

 

1. EL ARTE NO COSECHA VOTOS

Jesús Ramón Vera, poeta, profesor de literatura, indio de comparsa, amigo de muchos, habitante de las noches, los bares, los caminos, militante de izquierda, agitador social[1]. Todo eso en simultáneo, con grados de intensidad variables según las circunstancias pues una identidad no se define como un estado que se alcanza en un momento dado y queda cristalizado para siempre. Se trata más bien de la multiplicidad de oportunidades que tiene una persona para elegir presentarse ante los demás. Desde luego, estas decisiones afectan la hospitalidad de los otros. Cuando se piensa en los grupos de élite salteñas, Vera venía siendo un impresentable.

Siempre con el rostro grave, la mirada en la  distancia, como si no confiara o como si los conociera tanto que ya no valía la pena consumir energías en cambiarlos, dijo una vez ‘Creo que están mal asesorados’, cuando hubo una ola de suicidios adolescentes en Rosario de la Frontera y nadie hacía nada. Lo repitió cuando hacían esfuerzos por entorpecer la creación, desarrollo y funcionamiento de los talleres de la  Escuela Superior de Artes Roberto Maehashi.

Por el contrario, creo que estaban bien asesorados: los poderosos en nuestro país, sobre todo los que están más a la derecha que el resto y siempre atrás, consideran que el poder consiste en doblegar los cuerpos para aniquilar las ideas. No hay ideas peligrosas, para esta concepción, sino humanos peligrosos. En este sentido no iban a dejar a Ramón intentar cambiar el estado lamentable de su comunidad.

En una ocasión dijo, a propósito de las Jornadas Nacionales de Arte Integrador, que el objetivo era ‘generar la ciudad del arte público del NOA’ (entrevista del 28 de agosto de 2010 en Salta 21). Hay aquí un supuesto de base que motiva la tremenda lucha contra estos grupos elitistas (de los cuales el de los escritores y demás artistas –ciertos escritores, ciertos artistas-  son ejemplos, quieran o no): el arte es privado, se exhibe en galerías del centro para ojos con privilegios; se produce en condiciones de mecenazgo estatal y, por lo tanto, en connivencia con los intereses de los grupos de dominación; hay que estar de acuerdo con esto para ser reconocido como artista en Salta.

Por eso, Vera debe ser hoy mencionado como uno de los escritores salteños que más hizo por impulsar la democratización de los procesos de acceso, producción y distribución de los bienes culturales. Las elites, por supuesto, con el asesoramiento que corresponde a sus objetivos, necesitan generar las condiciones para que, por ejemplo un taller de dibujo, resulte imposible, incluso como idea pasajera, para los sectores dominados.

Producir sentido, ponerlo a consideración pública, distribuirlo de manera transversal en la sociedad e instalar alternativas es producir poder. Si se hace desde abajo, entonces es producir lucha. Vera, en consecuencia, nos enseñó a luchar.

2.  UN POETA CEDE SU LUGAR A OTROS

Conocí a Jesús Ramón Vera en diversas oportunidades, circunstancias y eventos sociales, pero él nunca se acordaba de mí. No había motivos para hacerlo, desde luego. Hasta que cierto día o, mejor dicho, cierta noche, alguien echó a andar el rumor de que la gente de Kamikaze, un grupo de escritores del cual yo formaba parte allá por 2005, tenía intenciones de asesinarlo. A veces el rumor sostenía la existencia de un complot junto a la banda de rock Anguila macabra. Por supuesto, se trataba solo de un rumor. Con el correr de los años pudimos disolver ese tole tole en beneficio de una relación mucho más fructífera, aunque sin llegar a la amistad que, con seguridad, era una de las facetas de Ramón que más se recuerdan. 

La última vez que lo conocí yo formaba parte de un colectivo infernal denominado YA ERA. En ese entonces, hace más de un año, alrededor de agosto, organizamos un homenaje al que titulamos Ahí viene Ramón. Lo llevamos a cabo en el bar O. Girondo  y, como él ya no vivía en Salta, representó su vuelta a la ciudad. El suyo era una especie de exilio al que lo habían obligado los poderosos. Le había ocurrido cuando era un joven estudiante en Tucumán durante la última dictadura, le ocurría ahora en la cuasidemocracia salteña de este siglo.

Lo habían removido de la actividad docente, que le permitía ganarse la vida dignamente, según criterios grises próximos a la defensa de intereses del poder político. Lo peor es que quienes tomaron esa decisión dicen ser poetas. Quiero ser claro sobre este punto: se puede argüir, sin necesidad de armar escándalo al respecto, que Ramón había tenido problemas con el alcohol, pero no se puede argüir desconocimiento de que su enérgica postura política opositiva le acarreaba inconvenientes en los diversos órdenes de su vida. El hecho de que un par de psicopoetas dictaminaran que era incapaz para ejercer la docencia y que dichos psicopoetas suelan figurar entre las nóminas de la burocracia literaria de Salta es, cuando menos, sospechoso. No lea entre líneas: el sistema literario de esta provincia está basado en la hipocresía, la mala fe y un número demasiado prolífico de obras pésimas.

La cuestión principal es la siguiente: ni en aquél entonces ni después, Jesús Ramón Vera eligió para sí el lugar de víctima. En ese entonces, cuando lo echaron de la UNT, acometió la tarea de construir una editorial y de publicar lo más representativo de la década del ochenta y, ya entrado este siglo, según mi criterio, uno de los libros fundamentales de nuestra generación: El pan del consuelo de Jesús Ferreyra. Ahora, antes de su muerte, había impulsado las jornadas de arte integrador, que convocaba a muralistas y artistas en general del país, con el propósito de acercar sus prácticas a la vida cotidiana de los ciudadanos de Rosario de la Frontera. Además, por supuesto, tuvo la enorme osadía de imaginar, levantar y destinar los talleres Roberto Maheashi a sus vecinos de quince años en adelante, en el mismo contexto opresivo que luego lo desplazaría a un estado de indigencia.

Jesús Ramón Vera, entonces, puede ser considerado un elemento desestabilizador de las hegemonías impresentables de nuestra provincia y por eso no lo querían y lo llamaban, con ese cariño artificial del oligarca, ‘el poeta Verita’. Y por eso, cuando lo invitaban a leer y él leía en la cara del secretario de cultura y turismo y del de educación su poema ‘La evaluación’, ellos apartaban la mirada mientras los escritores oficiales de siempre removían sus culos incómodos en las sillas que, de tanto tiempo que llevan sin pararse a andar por las calles, hervían de mala fe. La suya era, pues, una política no de resistencia sino de franca y honesta oposición a favor de los dominados, con quienes siempre se solidarizó, tanto de palabra como con acciones efectivas, es decir útiles y palpables para muchas personas. En este sentido se equivocan quienes aseveran que su discurso era una queja constante. Señora crítica universitaria, señor dirigente político[2], escribir

 

“A la madre le sacaron la madre”

 

no es quejarse de las acciones de los militares durante la última dictadura, o decir ‘pobrecita’, es imputarle una deuda al sistema capitalista para fisurar su altivez, es proponer una alternativa: de esas madres también se dijo que estaban locas, que engañaban al país defendiendo a sus jóvenes hijos revoltosos (supuestamente) desaparecidos. En cambio, para restituir la maternidad es necesario restituir al hijo. Parece obvio, pero no lo es, hace falta que alguien lo diga para que los otros puedan pensarlo. El arte, en este sentido, permite conocer el mundo de un modo diverso a como se conoce desde los claustros y los parlamentos: además de la información que puede llegar a dar acerca de la realidad, sugiere acciones, transforma el contexto de los destinatarios, profundiza la interpretación de, por ejemplo, la historia, e invita a tomar una posición ideológica, en este caso decididamente opuesta a la versión oficial pergeñada por los represores.

Por otro lado, no existe aquí un afán oportunista de presentarlo como un redentor social, pero sí el deseo de hablar de él en los términos de un artista consciente de las motivaciones, las posibilidades y los efectos que pueden tener sus prácticas dentro de determinados grupos sociales, en una determinada época. Basta pensar en su participación en las comparsas y lo que ello significó para los involucrados, por ejemplo cuando llenó el desaparecido teatro de la ciudad, en el momento de la presentación de COM.PAR.SA. No era, entonces, un autor de prestigio ni un distinguido, en el sentido salteño del término, era un poeta en el sentido de aquél que puede hablar con los demás para oírlos. Quiero dejar bien en claro este concepto: uno, un poeta no es alguien que escribe necesariamente bien sino alguien que dice las cosas más relevantes en los momentos cruciales de una sociedad[3] en una lengua que produce diferencia; dos, un poeta no es alguien que habla en representación de otros, como si los otros no tuvieran voz, sino alguien que hace de su propia voz un oído; tres, un poeta habla con el poder para injuriarlo, no para pedirle un turno y publicar (o reeditar) su libro; cuatro, un poeta no puede preciarse de tal hasta que cede su lugar a otros.   

En cierta oportunidad me ha tocado encontrarme con él en Buenos Aires. Una noche, en la que también estaba Jacobo Regen y había otro poeta, Juárez Aldazábal, fuimos a un boliche de Callao y Corrientes a jugar al pool y fumar cigarrillos. Acababan de implementar la prohibición de hacerlo en espacios cerrados y Regen estaba empecinado en que lo dejaran fumar. Le explicamos al mozo que se trataba de un hombre muy importante de la cultura del país y accedió sin problemas, siempre y cuando no fuéramos al salón del frente. Tomamos una buena cantidad de vino hasta que nos dormimos sentados en nuestras sillas. Ramón perdió su dentadura postiza y Regen se caía para el costado. Nos despertamos, comenzamos a buscar los dientes hasta que al fin dimos con ellos. El mozo le dio una lustrada con su franela y Ramón se los colocó de nuevo. Nos levantamos, abrazamos a Regen, nos metimos en un taxi y recorrimos unas cuadras por la noche porteña. Al rato nos fuimos despidiendo, ellos se bajaron en sus hoteles, yo seguí con Aldazábal hasta que él también llegó a su casa. Me quedé solo en esas calles. Hice el último trecho a pie, unas veinte cuadras hasta villa Crespo. Me sentía contagiado, eufórico, ellos dos eran toda la poesía viva que reconozco en estas tierras, eran el puro deseo abriéndose paso a través de cuerpos mellados por los vaivenes del andar, podían parecer demolidos pero no se doblegaban. Ninguno de ellos había transado jamás para obtener una publicación ni un puestito dentro de la burocracia literaria del Estado.

Esta es la enseñanza más grande: un poeta camina por las calles, vive entre la gente como uno más, pretende para sí el modesto logro de haber inspirado a otros a escribir, es decir a participar de aquellas conversaciones que se establecen en una sociedad recurriendo para ello a una lengua propia. Esto, desde luego, no puede atribuirse a  quienes conforman el estatus quo provinciano.

Ahora bien, de aquél último encuentro, el del O. Girondo, quedaron muchos proyectos editoriales y políticos sin concluir. La reedición artesanal de Así en la tierra como en el cielo, la puesta en marcha de talleres y centros culturales en los barrios de la ciudad y la participación en eventos de producción y transmisión de conocimientos sobre la escritura literaria y la labor editorial.

En este sentido es que los jóvenes (no todos, por supuesto, pero sí los que consideramos que existe y es deseable que haya una incidencia de las prácticas artísticas en las dinámicas sociales de lucha contra el poder de los grupos dominantes) somos deudores de su actitud. Defino aquí una actitud como la capacidad para decidir las acciones más relevantes de participación (política) en un contexto social específico. Su actitud, en este sentido, fue la de generar formas alternativas de participación ciudadana en los procesos de producción de los sentidos públicos disponibles, concretamente para los sectores populares y referidos a actividades artísticas. Con esta impronta política, Ramón Vera se había convertido en un actor inevitable para pensar y tomar partido acerca de lo popular en Salta y las formas de acceso, distribución y producción de los recursos culturales. Algo crucial en esta provincia conservadora, con estos gobernantes falsamente progresistas y con estas formas restrictivas que adquieren las políticas educativas y culturales.

Los artistas como Vera nos enseñan que ellos siempre están más adelante que los poderosos, quienes no quieren perder los privilegios producidos por la distinción social, el prestigio, el acceso preferencial a los recursos materiales y simbólicos, la prioridad en la obtención de beneficios y la superioridad en las interacciones sociales. Ramón Vera quería demoler todo esto y lo intentó a costa de su propia vida.

Quizás nosotros ya no queremos cambiar el mundo sino el mundo para nosotros y los que están cerca de nosotros, sin embargo no podemos evadirnos del compromiso de formular programáticamente y de dar continuidad y profundidad a muchas de sus propuestas: la autogestión editorial (como Tunparenda), la generación de actividades que fortalezcan los vínculos comunitarios y los procesos de identificación (como las comparsas), la producción de diferencia social [lo opuesto a la manufacturación de consenso y homogeneidad] a través de talleres en donde se fomente la participación de los ciudadanos en actividades de construcción de sentidos públicos (como el Maheashi) y las acciones que favorecen el acceso de las mayorías a los sentidos generados por el arte (como las jornadas de arte integrador). Todos estos son caminos posibles y legítimos hacia una ampliación efectiva de los derechos de las personas a elegir las condiciones, objetivos, recursos y valores de sus propias vidas. Conviene no olvidar estas apreciaciones cuando decidimos, por ejemplo, acerca de si tal o cual persona es o no un escritor y con ello lo expulsamos del ámbito decisivo de la producción de sentidos públicos, en este caso literarios.

3. LOS ESPACIOS IMPORTANTES

Su obra literaria, reunida en algunos libros y dispersa en muchos manuscritos regalados a amigos, cantados en los carnavales y esparcidos vaya uno a saber en qué rincones de esta tierra materializa lo que acabamos de decir respecto de su actitud vital.

En primer lugar, debemos reconocer la frecuentación de espacios difíciles que funcionan como sinécdoques de posicionamientos ante la realidad, por ejemplo en los títulos de sus libros[4]: el subsuelo para los años de plomo; la tierra y el cielo como instancias de inequidad; el río Bermejo para el imaginario de los pueblos originarios; la comparsa para las prácticas populares salteñas; el bando para las trayectorias ideológicas de las personas. Así pues, podemos esbozar un itinerario del poeta que sale a la superficie y ve las injusticias de la tierra. Luego la tierra, como espacio de lucha, se va especificando, por un lado, en las tradiciones ancestrales de las comunidades originarias y en los ambientes que recorrieron antes que él y, por otro lado, en las prácticas populares urbanas como el carnaval, para alcanzar, al último, una instancia de definición ética: el final del recorrido es no haber simulado para quién luchaba, en este sentido, el poeta (al menos el que yo pienso que necesita nuestro tiempo, nuestra sociedad) es también aquél que permanece fiel a la causa de las masas populares.

Hay un poema, el que da título también a este apartado, que dice

 

“Un país de otro país.

 

Un planeta que no es el centro.

Un sol grandioso, dorado, pequeño.

Una Vía Láctea entre infinitos grupos de estrellas,

                         más inmensos, tal vez más bellos.”

 

Me interesa observar aquí la manera en que las aspiraciones del poeta van incluyéndose en ámbitos cada vez más desconocidos al mismo tiempo que permite reconocer, en principio, dos cosas: (‘un país de otro país’) esta parte del territorio no es el país como abstracción, por el contrario la patria, la identidad, los imaginarios de sus habitantes, no existen más que como diferencias; (‘Un planeta que no es el centro’) la especie humana tampoco está en un lugar privilegiado respecto del cosmos, lo único que podemos aspirar es a la belleza como un desbordamiento incalculable. La proyección del poeta hacia el infinito cósmico es luego sintetizado en un solo recuerdo, especie de Rosebud o Aleph: el espacio más importante está dentro de uno, no precisamente porque lo llevemos adonde vayamos, sino porque nos permiten ir a esos espacios imposibles porque jamás podremos percibirlos, ya sea que se encuentren a millones de años luz, ya sea que han dejado de existir para nosotros:

 

Y aún así recuerdo las violetas de un jardín

                                de pueblo,

 

                         que ya nadie riega.

 

Se construye, así, una constelación humilde: el poeta, dentro de los mecanismos cósmicos, resulta indiferente. Lo que puede hacer, a fin de salvar todo de la extinción, es recordar, nombrar el recuerdo, recuperar para otros, en una donación incalculable, unas violetas secándose.

Este es el supuesto sobre el que se escribe Así en la tierra como en el cielo. Este fue originalmente publicado en el reverso de los padrones electorales cuando en la Argentina aprendimos que vivir dentro de un sistema democrático debía ser la única alternativa al terror y para dirimir las diferencias. Recupera algunos poemas de Subsuelo. Contiene, desde luego, uno de sus poemas más célebres: Las vueltas de la vida. Pero además de contener, produce desbordes. Habla en primera persona acerca de lo que significa haber atravesado la noche para poder ver el amanecer de nuevo. Es el libro de alguien que anda.  El andar es muy importante, permite abrir caminos, dejar que permanezcan para otros, llegar a lugares y encuentros inesperados. Como dice en Subsuelo:

 

“Antes y luego de poner el pie

pienso en mí que soy también los de cerca

y los otros”

 

Los ‘de cerca y los otros’ aparecen como el principio de hospitalidad según el cual el poeta recibe a la humanidad en su voz. Nada de lo que haga o diga les puede ser ajeno, porque él no está en primer lugar, es uno entre ellos. Lo que le pasa al poeta le puede suceder a cualquiera, porque él es cualquiera, sobre todo porque sabe que si

 

“La sombra triunfa:

             un rayito de luz nos deja

                                  a la intemperie”.

 

Cuando el poder aplasta a ‘los de cerca y los otros’ también ejerce su coerción contra los poetas, los maestros rurales, los médicos de los hospitales públicos, los abogados de derechos humanos, los dirigentes indígenas, las mujeres, los niños y los ancianos. Cuando el poder decide aplastar no utiliza argumentos sino actos directivos, no destina recursos para ese fin sino que actúa como si estuviera ayudando, no transmite cifras alarmantes sino que da por descontado que se trata de hechos por todos conocidos, no genera debates sino que se arroga la representación de la mayoría para cercenar las libertades. Cuando la sombra triunfa los horizontes se establecen frente a las narices y tienen la espesura de los muros. Cuando supe que Ramón había muerto sentí el avance de la sombra, pero de inmediato me repuse porque, gracias a humanos como él, para nosotros hay más que cuerpo, más que peligros, hay ‘su alma en desacuerdo’ que ‘nos eleva y nos da lo cotidiano’. Jesús Ramón Vera nos acerca a los otros y eso es lo que podemos hacer para no morir. Entonces uno debe ‘volver al barrio/ y al trabajo de todos los días’, seguir la andanza, afanado en que la intemperie gane un sol inmenso y que, entonces, la libertad no tenga techos.

 

 

El Mirador, 15 de diciembre de 2012.



[1] Comprendo el tenor de estas palabras, acaso por haberse referido a él con estos términos en otra época lo hubieran secuestrado y desaparecido. Ahora, si pensamos en Luciano Arruga o en Julio López, la cuestión adquiere otro matiz.
[2] Esto lo digo a propósito de una profesora que una vez pensó que oponerse a las políticas culturales del Estado provincial constituían una queja desprovista de propuestas y no una acción efectiva y necesaria. Claro, ella no podía ver que ciertas decisiones: hablar en ciertas situaciones, como un encuentro en la Casa de la cultura; para ciertos destinatarios, otros escritores y algunos funcionarios, no es ni por cerca una queja, es tener consciencia del poder de la voz propia para incidir en las discusiones más relevantes de una sociedad. Si eso no es una propuesta, sumada a la autogestión editorial y a la ejecución de proyectos de inclusión social, como los talleres del Maehashi, entonces he vivido equivocado.
[3] Tampoco hace falta que, estrictu sensu, ‘escriba’. Que la poesía sea escrita es solo una posibilidad de representarla con signos si no, ¿dónde queda la literatura de los pueblos originarios, las improvisaciones del hip-hop, los recitados de los artistas callejeros, las narracciones de los cuenta cuentos? Conviene pensar que, al mismo tiempo, la escritura es un medio para convertir en mercancía la palabra poética y para introducir sus efectos en ámbitos tan disímiles como una casa del Bajo y otra de Lesser. Finalmente, es mejor pensar que cada uno tiene grados diferentes de consciencia acerca de su libertad para hacer de la poesía lo que se le cante: cada uno vive de su deseo.
[4] Subsuelo (1983),  Así en la tierra como en el cielo (1989), Bermejo (1993), COM.PAR.SA (2001) y Nadie se cruza de bando (2010).

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