19.4.12

EL COLUMPIO



_ Ij ij ij ij ij. Es la risa al revés, hamacarse es la risa dada vuelta. Va y viene, sube, tironea. ¿Sabés que a vos te conozco de alguna otra parte? En serio te lo digo. Cuando reís, no sé, de alguna otra parte saco tu cara. Sos nuevo, ¿verdad? Digo, pareces nuevo, no en la escuela, en la vida, recién llegado al mundo, nuevo. Deberías enseñarme los dientes un poco, sino me da miedo ser mordida.

Nadine agitaba las piernas hacia adelante y hacia atrás, cada vez el impulso generaba la sensación de que le daría la vuelta completa al travesaño del columpio. Fausto la miraba con la boca abierta y en silencio. Guardó la respiración en un nido justo en mitad de la panza. Cosquillas, las había sentido antes, una vez cuando supo que caería del techo. Vértigo, ese era el nombre que le costaba encontrar para su panza, eso que se agigantaba ahora que él también se columpiaba, subía al cielo y luego el aire lo tironeaba contra el precipicio a sus espaldas.

Alrededor de ellos había una niebla sólida. Entrecerró los ojos por el esfuerzo de ver pero apenas podían adivinarse unas manchas móviles pocos metros más allá. En cambio la imagen de Nadine estaba recortada con un instrumento de precisión milimétrica. Un escalpelo, por ejemplo, el mismo que, en otra variante de sus funciones, rasgaba la piel de Fausto si al abrir los ojos, si al redondearlos a fin de atenuar el esfuerzo de no ver nada, conseguía ver la punta de sus pies y, partiendo de ellos, una boca inmensa, abierta, repleta de dientes afilados, brillosos de saliva, a punto de engullirlo. Fausto miró a Nadine para que ella le ayudara a corroborar esa inmensa boca, para que le dijera, al mismo tiempo, que no era posible. Pero Nadine dijo ij ij ij ij, es el ruido que hace la cadena al hamacarse, es el reverso de la risa y soltó sus brazos y saltó en dirección a la gran boca y se perdió en la niebla y la hamaca siguió yendo y viniendo, ij ij ij ij ij ij ij ij ij, riendo al revés. Fausto entendió que el nido de su panza era en verdad un anzuelo que él había tragado. La cadena se cortó. Fausto cerró los ojos con todas sus fuerzas, a fin de convertir su ceguera en la virtud de ser invisible, es decir invulnerable, a lo mejor si los abriera ahora mismo. La gran boca seguía allí. El aire cambió de espesor. Nada lo sostenía salvo el deseo de saber dónde estaría Nadine, quería encontrarla de nuevo, con el único propósito de compartir con ella el salto que acababa de dar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto!!