13.5.10

CONTRA EL HABLAR POR HABLAR

“Ella dice: esta conversación no está sucediendo,
es tu soledad y una alucinación de tu cabeza,
yo nunca existí, más que como un oasis
que está avisando que es un oasis y que
cuando abras los ojos va a desaparecer.”

“Pese a todas sus gestas, sólo el poder puede cometer la injusticia,
porque injusto es sólo el veredicto al que se da cumplimiento
y no el discurso del defensor que no se traduce en hechos.
Sólo cuando tal discurso tiende también a la opresión
y defiende al poder en lugar de a la impotencia, participa de
la injusticia universal.”

Adorno y Horkheimer, Dialéctica del Iluminismo, p. 259.

Reverso de la enredadera, hablar sin ningún fin acarrea el peligro de que se use para cualquier fin. Lo usa con astucia el embaucador para confundir y el poderoso cuando, atento a las necesidades de los oprimidos, se explaya de manera tan farragosa para ocultar su verdadero mensaje: todo se quedará como está. Las palabras obedecen a una razón unilateral diseñada para la seducción y no para la búsqueda de sentidos y la comprensión del otro. La falsificación del vínculo entre los interlocutores se tiene como cosa corriente: se les hace creer en la igualdad de condiciones y que existe un reconocimiento desprejuiciado de la alteridad del otro. En realidad es sustituible, apenas un turno entre muchos. El otro no es acompañado, muy por el contrario las palabras crean la atmósfera de un azar inconducente y controlado: a la larga terminará creyendo que el movimiento es su situación de estancamiento. El azar controlado significa que jamás se lo explora como posibilidad de transformación: sirve para marcar que nunca hubo progresión, regresión o movimiento alguno: se está en el punto de partida sin partir. En este sentido la incertidumbre entra a jugar como un factor más de la defraudación y la estafa: es posible que estemos hablando de algo pero no debemos preocuparnos por eso ahora, dejemos para más tarde las cuestiones realmente importantes.
La libertad para quienes hablan por hablar se reduce a la idea de que el otro no debe avanzar demasiado sobre lo que ordena su mundo. La palabra compartir en realidad oculta esta otra: competir. Se hace creer que hay escucha pero en realidad hay necesidad de demostrar cómo son las cosas: nunca deben cambiarse. Porque si escuchar significa contaminarse con la alteridad del otro, la relación entonces será, antes que auténtica, de índole sanitaria: responde a la buena conciencia burguesa de atender a la existencia del otro en tanto lo otro representa un objeto digno de curiosidad: sirve para entretener. El otro se vuelve mercancía y la palabra un sistema alucinatorio donde los sentidos se falsifican, no son cuestionados a menos que cuestionen el orden del mundo, al que deben acomodarse a riesgo de padecer una sanción.
La palabra así presentada concuerda con las asimetrías sociales: alguien da la palabra, no “su” palabra, solo en cuanto esto representa prestar el turno, pero lo reclama e impone su superioridad social como parámetro de autoridad: es quien decide sobre el significado correcto de las palabras, quien dice qué tema tratar, quien adecua el tono de la conversación, quien conduce hacia vías morales el contenido y la forma del otro de expresarse. La palabra del embaucador es la medida de lo correcto. [“Al defenderse, el débil comete un error, ‘aquel de salir de su carácter de débil, que la naturaleza le ha inculcado; la naturaleza lo creó para que fuese pobre y esclavo, él no quiere someterse y este es su error’ (Sade)”, citado por Adorno y Horkheimer en Dialéctica del Iluminismo, página 123]. 
Así las cosas, todo resulta una conversación inútil, porque no modifica a los interlocutores, porque no los libera ni los ayuda a pensar la transformación, porque toda la experiencia queda reducida al mero intercambio de mercancía verbal, es decir que, en cuanto deja de entretener, se acaba. Está claro que quien posee los medios para ello, puede comprar más entretenimiento que quienes no. Finalmente, no se trata más que de la violencia del poderoso disfrazada de experiencia ficticia: hablamos pero es como si no hubiéramos dicho nada y sin embargo cuanto gusto y provecho he sacado de vos. La máscara (o careta) ficcional encubre con cinismo que el juego de hablar por hablar, puro entretenimiento, en realidad es una manera de no ser responsable por el otro y es, también, el juego de quienes no saben amar.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

sos complejo no??

fer salas dijo...

yo tratando de salir del lugar común, vos te vas un poco más allá y te convertis en super saiyajin...

Anónimo dijo...

estás cabrón broder!! (te lo rompieron no??)

Anónimo dijo...

sip.parecequetelorompieronbienroto.

rodrigo dijo...

sayajin por los pelos??