13.9.10

PRIMERA FERIA DE CACHIVACHES EN EL ARISTENE PAPI


El viernes 10 de setiembre de 2010 será recordado como el día en que la feria de cachivaches interrumpió la calma siesta de la ciudad. Todo comenzó por iniciativa de la productora de ideas y trabajo alternativo YA ERA, encabezada por Diego Chuky Ramos, cuyo principal móvil consistía en mostrar formas no canónicas de intervenciones artísticas, activar en los espectadores la reflexión acerca de los mecanismos que digitan las formulaciones de dicho canon, perturbar el orden estatuido en la ciudad por el poder policíaco, quien se adjudica el derecho de detener a los artesanos, malabaristas y vendedores callejeros por el solo hecho de deambular. De paso, aclaremos que esta gente era la protagonista de la feria, es decir, ellos eran los cachivaches.

La idea de acentuar una postura en contra de la policía no es para nada descabellada, el Mosca, presentador del show, fue llevado a la Alcaidía un par de horas antes de que largara la feria. Tan solo la pronta respuesta de los organizadores pudo resolver la situación. Las posturas policiales a este respecto recuerdan viejas ordenanzas municipales, desde luego derogadas hace años o caídas en desuso por su falta de sentido común, como la detención por vagabundeo. No debe llamarnos la atención que esto suceda, después de todo la provincia de Salta, sin importar si gobierna Romero o Urtubey, ocupa puestos de privilegio en el ranking de las más fascistas.

Ahora pasemos a lo más importante. En la feria hubo de todo, desde música hasta espectáculos de fuego, pasando por recitales de poesía y stencils en vivo. La idea que flotaba en el ambiente y permitía coagular una comunidad efímera de artistas y público era la de la participación: el arte es para todos, es de todos. Gente de todas las edades y sitios pudieron disfrutar del encuentro con formas de ver el mundo que no circulan en los medios y que no son valorados sino de manera negativa. La feria, entonces, puso en evidencia que este tipo de contactos resulta necesario para derribar muchos de los prejuicios que nos desvinculan de los otros y disgregan nuestra sociedad.

Un punto importante fue la presentación de siete títulos de poesía de autores salteños, todos imperdibles: Wanderfull life, de Carlos Varas Mora, que reúne los poemas ganadores del concurso de la UNSa de 2008 más otros de 2010; la re edición de Crack, de José González, libro mítico si los hay, de la ya desaparecida revista Kamikaze; la revista YA ERA, de mitos, leyendas, medicina alternativa, historias de gente de la calle y dibujos originales; los Poemas institucionales, de Alejandro Luna, editados por Equus pauper, que habla de la locura en la sociedad; Síntesis del laberinto, de Fernanda Salas, cuyo contenido se asemeja al sabor de ciertas pequeñas sustancias alucinógenas; Miniaturas de la oscuridad y Andariego, de Díaz Pas.

El stand de libros estaba repleto con lo mejor y lo más nuevo de la literatura de Salta, si bien había un par de ausencias que pronto serán subsanadas, como las de Jesús Ferreyra, Mariano Pereyra y Rodrigo España. Porque lo importante es que la palabra se disperse, busque a su público, de otra manera la poesía no cumplirá con su cometido: pasar la voz a quien pase por la calle. A diferencia de las prácticas oficiales, en donde muchos de los escritores además son funcionarios estatales, la feria proponía abrir el circuito de los libros a cualquiera, evitando así el fenómeno de ghetto literario que provocan lugares como la Casa de la Cultura o los salones de la Biblioteca provincial. No estará fuera de lugar concluir que algo de eso sucedió.

Acaso la sensibilidad ha sufrido una apertura a la que otras generaciones son miopes y la poesía, que nunca quiere ser la misma, le ha ganado a los discursos hegemónicos, a fuerza de feroces disputas, zonas del decir antes excluidas. Muchos poetas de Salta, estoy seguro, no se hubieran divertido al ver cómo unos muchachos vendían literatura envasada en origen, forrada en tapas de vino, cosidas con grosero hilo encerado, hecha a contrapelo del mercado editorial, del copyright y, en algunos casos, hasta de la noción de autoría. La poesía, al parecer, tiene en la anonimia el destino de su supervivencia: no importa quién dice las palabras, importa qué dicen las palabras, a quiénes buscan.

Además de toda la poesía, los malabaristas brindaron su espectáculo, cautivando a los niños y a los grandes, al ritmo del cajón peruano de Luigi. Los cachivaches le prendieron fuego a los contornos de la noche que nos reunía y, porque en los ojos todavía llevamos la memoria ancestral de la primera chispa que vio el hombre, nos resultaba imposible desprendernos de las formas que los devils dibujaban en el aire, de un lado al otro, de arriba abajo, entre las piernas y girando sobre su eje entre los dedos.

También hubo tiempo para la performance delirante de Lucía Chagaray, quien hizo un Espantapájaros de Girondo bastante dark, a camino entre un cuervo y un payaso iracundo. Además estuvieron los stencils del Cubano, personaje más que llamativo de las calles de Salta y, si no me equivoco, uno de los mejores y más críticos dibujantes que producen en el medio. Armado con sus aerosoles acribilló afiches, remeras, manos, espaldas y hasta piernas con diferentes motivos. La gente se amontonaba para escracharse y nadie se iba con las manos vacías, como en toda la noche.

No se puede pedir más. La primera Feria ambulante, rodante, voladora, cachiferia o como quieran llamarla fue un tremendo éxito que pronto estará recorriendo otros lugares de la ciudad, llevando el arte a la gente, algo que parece un lugar demasiado común, salvo que ¿quiénes de ustedes, poetas, artistas, músicos, salen a buscar al que los leyó, los vio o los escuchó?

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