Estoy en una ruta en medio de unos bosques. Acaba de caer una lluvia abundante. Estoy a pie porque se me averió el auto. Al menos no imagino otra explicación. Sin embargo no entiendo la imprudencia de vagar por un sitio a todas luces deshabitado. Hubiese convenido aguardar en el coche. Sé que han pasado horas, por lo menos un par. Aunque no siento sed ni hambre y extrañamente mis pies no acusan el cansancio de la caminata. Sé que no puedo volver, con todo. Es como si acabara de despertar y estuviera caminando en esta dirección. Por lo tanto ignoro si estoy regresando o acabo de salir. Unos kilómetros al sur se observan cerros muy verdes, cubiertos por una niebla tropical, acaso una tormenta. Busco algún escondite con la mirada, por si fuera a suceder. No vislumbro chances de éxito y no me detengo. El asfalto está caliente y despide vapor. Si bien no me duele nada, a veces se me cruza por la mente la idea de haber tenido un accidente. Con lo cual esta caminata significa que voy en busca de ayuda. La sola sospecha me llena de un sentimiento de urgencia. Aunque si yo no estoy herido, por qué habría de entregarme a semejante estado. A lo mejor no estaba solo en el auto. No logro recordarlo. De nada serviría, estoy demasiado lejos de cualquier lugar. Si me interno en la espesura me perdería, aunque no debería descartar la existencia de quintas o casas de campo o pueblos aislados, ocultos detrás de los árboles, tal vez a unos pocos cientos de metros de la zona. Me embarga la sensación de estar perdiendo el tiempo, si es cierto que estoy buscando ayuda con urgencia. Igualmente hay muchos sonidos, pájaros sobre todo, caranchos y gorriones, algunos loros, algo parecido a una chicharra, el crujido de las ramas verdes acabadas de mojar, el eco de los truenos en los cerros, unos ruidos semejantes a un arroyo poco caudaloso, una acequia, quién sabe. Decido internarme en el terreno en busca de rastros humanos, la acequia por empezar. Podrían conducirme a vacas, plantaciones, perros y finalmente personas con movilidad, dispuestas a ayudarme, si es que necesito ayuda o ayudar a alguien más, tema que deberé resolver más tarde, no en este momento. Ahora mis pasos se duplican bajo los árboles. Doy un paso, algo hace el mismo ruido a mis espaldas, a cinco metros frente de mí algo ha hecho desprenderse la corteza de un eucaliptus añoso, tres pasos a mi derecha algo mueve una rama de churqui y ésta me da un chicotazo en la cara que me la deja toda rayada y caliente, a mi izquierda algo desaparece a toda prisa. Alrededor acecha algo, una sola cosa, todo el tiempo, sin llegar a hacerse presente por completo. Pasan un par de horas, la tormenta no ha sucedido, está por anochecer. Debo regresar. Equivoco el camino un par de veces. En realidad no puedo saberlo pero lo sé: estoy perdido. No debo detenerme. Los ruidos han ido creciendo, las ramas han encerrado el aire, parecen chozas. De vez en cuando aparece una estrella. Enseguida la cubre una nube negra. Llovizna. Corre viento, cada vez más fuerte. Tapa al resto de los ruidos. Muy por debajo pareciera haber música. Se larga la tormenta. Es un agua helada. El techo de las chozas no alcanza para espantar la lluvia. Comienzo a correr. Miro hacia atrás casi todo el tiempo. La música comienza a ganar claridad. Parecen violines, acordeones, alguna percusión, aplausos. Me cuesta respirar. La ropa pesa toneladas. Apoyo mi espalda contra un tronco. Recobro el aliento. Espero. El asedio continúa, en cada sitio. Estoy solo, ahora lo entiendo. Estoy huyendo de la música, también lo acabo de entender. Pero lo hago en la dirección equivocada. Cualquiera es la dirección equivocada, eso también he descubierto. Retomo la carrera a toda velocidad. Atrás se oye la música con total estruendo, adentro casi de mis oídos. Adelante se ve un claro, una zona despejada. Corro con más fuerza. Cuando llego veo que se trata de un pastizal mediocre. De mi nariz, de mi boca, de mi espalda sale vapor. Dos caballos con las crines en llamas lo atraviesan. Hay un auto estacionado, a oscuras, con la música a todo volumen.
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