Mi preocupación primordial pasaba por descubrir cómo el malentendido hacía mover al mundo. Si yo tuviera que escribir sobre él, no sabría con cuáles palabras comenzar. Decidí que uno podía hablar en una lengua que desconocía pero en sus propios términos, de cualquier modo siempre uno anda persiguiendo el “en” de la lengua, de mi lengua. Lo mejor, pues, sería dedicarse libremente a la literatura, con la libertad de quien ha hecho de los libros una patria. Leer significa como vos lees en cualquier lugar del mundo, significa que la diferencia existe y lo hace bajo la forma del poder. Unos dominan a otros: producen y distribuyen sentidos en la población, lo que debés ser el día de hoy: correcto, incorrecto, bueno, malo, gordo, flaco, zurdo, fascista, morocho, Macri. Nadie se pondrá de acuerdo nunca, necesitamos luchar por el sentido de ese desacuerdo. Algo debía suceder: el tiempo pedía buscarse.
En mi caso sabía a quién quería buscar o, mejor dicho, a quien estaba por encontrar. Había que armar una lengua plebeya con lo que hubiera quedado después de las reformas, refacciones, curaciones, silencios, intensidades y desvíos. Había que crearla deseosa, absolutamente. Y móvil, casi mendicante, en plena faena indegentista: aquí, en la falta, en la resta, cabe tu lengua, lo que me quieras dejar de ella. El encuentro y la donación: hospitalidad babélica. Llamaba a todo esto interpretación aberrante. Es decir cómo íbamos a hablar del sentido, qué de él íbamos a sentir y, luego, si hablar abría el vínculo hacia algún tipo de libertad. No íbamos a hablar más que nuestra lengua. No íbamos a hablar siquiera una sola lengua, salvo la nuestra. Iríamos a hablar (¿adónde?, ¿para quién?) en nuestra lengua, montados en ella, en nombre de una lengua, la nuestra, nuestra única lengua, como si nos perteneciera. Hablaríamos de la lengua del otro, como si fuera nuestra lengua, siendo que nuestra significa de cada uno, de cada otro.
4 comentarios:
lindo texto juan abrazo
claro, porque ante el malentendido uno siente que surge inconfundible un sentimiento indecible de revolución que al menor intento de explicarlo se diluye.
no, creo que el malentendido no se diluye, se transforma en desacuerdo, en conflicto, y en ese sentido, como dije, necesitamos luchar por el sentido de ese desacuerdo. por otro lado, el desacuerdo nos impone un acto de sinceridad elemental: debemos elegir el sentido de la vida que vamos a querer, elecciòn que nos conduce a luchar por èl. asì pues, me interesa pensar la cuestiòn del poder que hace lengua, la lengua del poder y sus signos: ¿quièn dispone de ellos?, ¿para el bien de quiènes? despuès todo es discutible, ahora es lo que hay, pero ya viene cosas mejores.
me gustaríaver un mundo donde todos vayan con tanta devoción hacia el conflicto con su lengua con su cuerpo, incendiarlos pero para ponerse mas en contacto capaz...está muy bueno lo escribís..abrazos grandes
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